Este es el tiempo de seguir peleando por nuestras bendiciones, no desmayar ni bajar la guardia. La Biblia dice que quien confía en El Señor no será avergonzado.
Aquellos que ponen su confianza en El Señor no serán derrotados. Él es quien pelea nuestras batallas, recordemos la promesa: No con ejército ni con fuerza, sino con mi Espíritu.
El reino de Dios es de quienes tienen la valentía de pelear por recibir o recobrar lo que han creído que el Señor les ha concedido.
Peleando Por Nuestras Bendiciones
“¿Se le podrá quitar la presa al poderoso, o rescatar al cautivo del tirano? Ciertamente así dice el SEÑOR: Aun los cautivos del poderoso serán recobrados, y rescatada será la presa del tirano; con el que contienda contigo yo contenderé, y salvaré a tus hijos.” (Isa 49:24-25)
Al momento de leer estos versículos del libro del profeta Isaías, inmediatamente viene a mi mente el testimonio de David al momento de enfrentar al gigante Goliat.
“David le respondió: —A mí me toca cuidar el rebaño de mi padre. Cuando un león o un oso viene y se lleva una oveja del rebaño, yo lo persigo y lo golpeo hasta que suelta la presa. Y si el animal me ataca, lo sigo golpeando hasta matarlo.” (1Sa 17:34-35)
David había tenido la experiencia de enfrentarse al oso y al león y arrebatarles sus ovejas; él los perseguía y si las fieras los atacaban él los golpeaba hasta matarlos.
Esta fue una impresionante representación de lo que nuestro Señor Jesús hizo por nosotros al librarnos del poder de satanás.
El Señor Jesucristo nos rescató del poder de la oscuridad, a través de su sacrificio en la cruz del Calvario nos libró del poder de las tinieblas.
Con su muerte nos dio vida, libertad y autoridad. El Señor nos ha dado poder para derrotar a Satanás. Por medio de Su poder podemos continuar peleando por nuestras bendiciones.
El Reino De Su Amado Hijo
Él nos trasladó del poder de las tinieblas y nos plantó en el reino de su hijo amado, como lo escribe el apóstol Pablo a los Colosenses.
“Dios nos rescató del poder de la oscuridad y nos hizo entrar al reino de su Hijo amado, ” (Col 1:13)
Fuimos objetos de un traslado, de un cambio de “status”, la condición de vida cambió completamente para nosotros. Ya no estamos más desamparados ni olvidados. Dios nos hizo entrar en su reino.
DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ.
Sin Dios, las personas siguen en tinieblas, se mueven a tientas y tropiezan como si anduvieran en la más densa oscuridad. No saben qué hacer, ni adónde ir. Viven en las sombras de la duda y en las tinieblas de la ignorancia.
En Jesucristo, Dios nos ha dado una luz en la que podemos vivir y permanecer para siempre.
“El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2Co 4:4)
La luz del evangelio está siempre resplandeciendo. Dios está siempre tratando de resplandecer en los corazones de los hombres.
En Jesucristo, Dios nos ha dado una luz en la que podemos vivir y permanecer para siempre. Share on X“A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón.” (Rom 1:21)
Pero Satanás pone varias barreras entre los incrédulos y Dios. Puede que sea la nube de la soberbia, de la rebelión o de la propia justicia, o cualquiera de otro centenar de cosas.
Pero todas estas sirven de manera eficaz para obstaculizar la luz del evangelio e impedir que resplandezca. Sencillamente, Satanás no quiere que los hombres sean salvos.
“para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados.” (Hch 26:18)
DE LA ESCLAVITUD A LA LIBERTAD.
“Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!»” (Rom 8:15)
Sin Cristo las personas son esclavas de sus temores, del pecado y de su propia condición desesperada. En Jesucristo hay libertad.
Ya no somos más esclavos del temor, al recibir y creer en Jesús se nos otorgó el derecho de llamarnos hijos de Dios. Fuimos adoptados en la familia de Dios.
La persona adoptada perdía todos los derechos que le hubieran correspondido en su vieja familia, y adquiría todos los de un hijo legítimo de la nueva familia. En el sentido legal más estricto, adquiría un nuevo padre.
Automáticamente quedaba constituido heredero de las propiedades de su nuevo padre. Aunque después le nacieran a éste otros hijos, eso no afectaba a sus derechos. Sería inalienablemente coheredero con ellos.
La vida anterior de la persona adoptada se borraba completamente. Por ejemplo: si tenía deudas, quedaban canceladas. Se le consideraba una nueva persona que empezaba una vida nueva sin la menor vinculación con el pasado.
Ahora somos coherederos con Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios. Lo que Cristo hereda, nosotros lo heredamos también.
DE LA CONDENACIÓN AL PERDÓN.
“Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el SEÑOR—. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isa 1:18)
El hombre, en su condición de pecado, no merece más que la condenación de Dios; pero mediante la obra de Jesucristo descubre el amor y el perdón de Dios. En Cristo Jesús tenemos redención de nuestros pecados.
La sangre que Cristo derramó en su muerte pagó el rescate para librarnos de la esclavitud. Es decir, que Dios es tan generoso que perdonó nuestras faltas.
Ahora sabe que ya no es un criminal condenado ante el tribunal de Dios, sino un hijo que se había perdido, y para quien siempre se mantendrán abiertas las puertas del hogar.
Por medio de Jesucristo el hombre es liberado de las garras de Satanás y admitido como ciudadano del Reino de Dios.
De la misma manera que el conquistador terrenal trasladaba a los habitantes de la tierra que había conquistado a la suya propia, así Dios, en Su amor triunfante traslada a las personas del reino del pecado y la oscuridad al reino de la santidad y de la luz.
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