Ahora más que nunca como pueblo del Señor debemos aprender la manera correcta de vivir confiados y fortalecidos, sabiendo que estamos enfrentando tiempos difíciles.

“Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.” (2 Corintios 4:8-10)

En estos versículos se evidencia de manera muy consciente la humanidad de el apóstol Pablo.

Seguramente el cuerpo externo se había “agrietado” y desgastado mucho, pero el tesoro celestial estaba intacto y fortalecido. Esto nos recuerda el caso de Gedeón, cuando se rompieron los cántaros, las antorchas brillaron.

“Gedeón dividió a los trescientos hombres en tres compañías y distribuyó entre todos ellos trompetas y cántaros vacíos, con antorchas dentro de los cántaros.” (Jue 7:16)

Pablo aquí confiesa que estaba preocupado, perplejo, perseguido y abatido, siempre con las cicatrices de Cristo y enfrentando constantemente la muerte.

Pero aceptó con gratitud todas estas discapacidades porque sabía que le daban mayores oportunidades a Jesús para mostrar, a través de él, su poder de resurrección.

Con la decadencia diaria de lo externo, vino la renovación de lo invisible y lo espiritual. Es solo en proporción a medida que nos conformamos con los sufrimientos y la muerte de Cristo que comenzamos a darnos cuenta de la plenitud de lo que Él es, y de lo que Él puede ser o hacer a través de nosotros.

Pablo sabía de primera mano el significado de la desesperación; después de todo, como él mismo escribió, que no era un “superhombre”.

Enfrentando Tiempos Difíciles.

Él se mantuvo enfrentando tiempos difíciles que nunca pensó que sobreviviría. A la iglesia de Corinto el mismo apóstol testificó:

“Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará” (2 Corintios 1:8-10)

Con frecuencia dependemos de nuestras técnicas y habilidades cuando la vida se nos presenta fácil, pero cuando sentimos impotencia para ayudarnos a nosotros mismos, entonces buscamos a Dios.

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Depender de Dios es una manera de darnos cuenta de nuestra pobreza sin Él y nuestra necesidad para que nos llene constantemente en nuestras vidas.

Dios es nuestra fuente de verdad y poder y como resultado nos mantenemos en comunión con El. Con esta actitud, los problemas nos conducen a Dios en lugar de apartarnos.

Lo que necesitamos es aprender a depender de Dios cada día.

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En resumen él estaba diciendo: “Estábamos presionados más allá de toda fuerza humana y estábamos completamente perdidos para entenderlo. Llegamos al punto de pensar que todo había terminado”.

Luego, Pablo le dice a la iglesia de Corinto: “Fueron sus oraciones las que nos ayudaron. Nos permitieron pasar por todo esto con un cántico de victoria”. Él escribe:

“Pero ustedes nos ayudaron también con sus oraciones, y juntos podremos elevar alabanzas a Dios al contestar él los ruegos por nuestra seguridad.” (2Co 1:11)

No debemos desvalorizar el orar por los hermanos. Pablo dice que las oraciones de los corintios fueron un regalo para él y, de la misma manera, nuestras oraciones pueden bendecir a otros.

Posiblemente su hombre exterior se ha visto quebrado, pero tenemos la seguridad que Dios lo ha permitido para que la antorcha interna de su mayor brillo.

Que nuestra fe no desfallezca, mantengámonos firmes; El Señor nuestro Dios nos dará la victoria en estos tiempos difíciles.

 


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