Todos los que ponemos nuestra confianza en El Señor estamos seguros, a pesar de las aflicciones o angustias en Dios aún tenemos esperanza.

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada. Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor.(Luc 1:5-9)

En el primer relato del evangelio de Lucas nos encontramos con una pareja sacerdotal ejemplar y que delante del Señor eran justos.

Los dos hacían el bien ante los ojos de Dios, cumpliendo sin falta las leyes y los mandatos del Señor.

Pero había una tragedia en la vida de Zacarías y Elisabet, no tenían hijos.

Los rabinos judíos decían que hay siete personas que están privadas de la comunión con Dios, y la lista empezaba por un judío que no tiene esposa o un judío que tiene esposa pero que no tiene ningún hijo.

Zacarías pertenecía a la orden sacerdotal de Abías, según el orden establecido le tocó por suerte quemar el incienso.

Era posible que a muchos sacerdotes no les correspondiera quemar incienso en toda la vida; pero si le tocaba la suerte aquel día era el más deseado y esperado.

Y aquel día le tocó en suerte a Zacarías, que estaría de lo más emocionado.

Este sacerdote a pesar de atravesar el oprobio y vergüenza de no tener hijos seguía en el templo sirviendo a Dios.

Si en este momento estás atravesando un oprobio, un grave problema, sigue adelante, asistiendo al templo a orar, alabar y servir al Señor.

Digamos como el salmista David:

Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos. (Sal 122:1)

AÚN TENEMOS ESPERANZA

Aunque el problema por el cual estemos atravesando sea tan fuerte, no importa, aún tenemos esperanza en El Señor.

Y si es cierto que Dios ha permitido ese problema, Él es tan bueno que aunque no entendamos la causa, los resultados y los frutos que brotarán, será lo que le dirá a los demás que Dios trabajó en nosotros.

No debemos permitir que nada ni nadie nos apague el deseo de seguir asistiendo a la congregación.

SIGA RENOVANDO LAS BRASAS

El Sacerdote cuando entraba al templo renovaba las brasas y los perfumes del incienso, para que el fuego no se apagara.

El fuego del altar debía de permanecer encendido.

“El fuego sobre el altar no deberá apagarse nunca; siempre deberá estar encendido.” (Lev 6:13)

En éste tiempo existen muchas personas con brasas sin RENOVAR, y esa es la función que debemos hacer al llegar al templo, remover las brasas para mover el fuego y que no se apague.

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Muchas veces no necesitamos nada más que remover esas brasas para que el fuego aparezca de nuevo, porque sin fuego no podemos ofrecer incienso.

Hay personas que han perdido el gozo, han dejado de servir a Dios y se acomodaron, porque no tienen un fuego encendido; y sin fuego el incienso no funciona.

El fuego quema el incienso para que salgan sus aromas.

AVIVA EL FUEGO

No DEBEMOS de acomodarnos, si ya no sentimos su presencia debemos avivar el fuego que hay dentro de nosotros, eso fue lo que Pablo le dijo a Timoteo:

Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. (2Ti 1:6)

Timoteo debía avivarlo por sí mismo, ya que nadie más puede encender el fuego por nosotros.

No importa si hemos fallado en algo, o si hemos producido ciertos daños, Dios nunca nos quiere ver apagados, recuerde Él pagó un precio alto por nosotros.

El sacerdote debía de ir al altar del sacrificio y tomar brasas encendidas para poner en el altar del incienso.

Cada uno de nosotros debe constantemente ir a la cruz, al altar de Dios, al lugar en donde fuimos perdonados y redimidos.

Dios no quiere olor a cenizas, Él quiere el olor fragante del incienso del altar.

“En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión.” (Heb 5:7)

LA RESPUESTA VIENE EN CAMINO

“En esto un ángel del Señor se le apareció a Zacarías a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se asustó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: —No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan.” (Luc 1:11-13)

El incienso son las oraciones de los justos; cuando hay olor grato y sube a la presencia de Dios se desatan los milagros.

Sigamos renovando la brasas y quemando el incienso, aún tenemos esperanza, Dios responderá.

Muy pronto también escucharemos las palabras de un ángel que nos anuncia que nuestra oración ha sido escuchada.

Esta es una invitación a seguir sirviendo al Señor, Él es fiel y honra a quienes lo honran.


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