Todos anhelamos y deseamos la manifestación de Dios en nuestra vida y sobre todo el momento glorioso de su manifestación a su iglesia amada o lo que se conoce como la parusia del Señor.

La manifestación de Dios la hemos experimentado desde antes de nuestro nacimiento en este mundo.

Ahora, queridos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. (1Jn 3:2)

La vida cristiana es un proceso que consiste en ser cada vez más semejantes a Cristo.

Recordemos que la senda del justo es como la luz de la aurora, constantemente en movimiento.

Nuestra meta final es llegar a ser transformados según la imagen de Cristo.

“Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” (Rom 8:29)

Las manifestaciones del Señor son diversas, cubren diferentes aspectos y momentos específicos.

Pero el objetivo principal es ser transformados a su imagen.

Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. (2Co 3:18)

Volver A Ser Semejantes A Él

Según el libro de Génesis, en la segunda parte del sexto día Dios crea al hombre; dice la Biblia: varón y hembra los creó.

El hombre fue creado conforme a Su imagen y a Su semejanza. Inmediatamente los bendice y les da autoridad para gobernar.

Nuestro Dios creó al hombre conforme a su imagen con el propósito de que lo EXPRESE o lo MANIFIESTE, Y le da autoridad y dominio para que lo REPRESENTE.

El propósito de Dios para el hombre es que alcance nuevamente esa semejanza y camine con la autoridad que Dios le ha dado, para expresarlo y manifestarlo.

Ahora es por medio del Espíritu Santo que Dios se manifiesta a nuestra vida.

“Pero a cada cual le es dada la manifestación del Espíritu para provecho mutuo.” (1Co 12:7)

El Ejemplo De Abram

Y el SEÑOR dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra. Entonces Abram se fue tal como el SEÑOR le había dicho; y Lot fue con él. Y Abram tenía setenta y cinco años cuando partió de Harán. (Gen 12:1-4)

En estos primeros cuatro versos, vemos como Dios habla a la vida de un hombre que le cree y se pone en marcha.

Creo que este mismo efecto produce en nuestra vida cuando “escuchamos” la Palabra de Dios.

Muchos nos movemos, actuamos y creemos a lo que la Palabra de Dios está diciendo, hemos escuchado el testimonio de muchas personas que la vida literalmente les cambia cuando escuchan y obedecen a la Palabra de Dios.

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La Fe Viene Por El Oir

Recordemos que el que pone por obra la Palabra de Dios es aquel hombre que construye su casa sobre la roca, a pesar del ímpetu de las aguas, su casa se mantiene firme.

Cuando escuchamos la Palabra nos activamos, la Palabra nos desafía a enfrentar nuevos retos.

Recordemos que la fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios.

Pedro toma el desafío de volver a navegar en aguas profundas y tirar la red por la Palabra recibida de Jesús.

“Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red.” (Luc 5:5)

La Palabra abre caminos, renueva fuerzas, nos prepara, saca lo mejor de nosotros.

Reaccionamos por la Palabra, nos reta, desafía nuestra vida; hace que nos movamos en fe.

La Manifestación De Dios

Hay algo más que sucede en la vida de Abram, la historia continúa diciendo:

Allí el SEÑOR se le apareció a Abram y le dijo: Yo le daré esta tierra a tu descendencia. Entonces Abram erigió un altar al SEÑOR, porque se le había aparecido. (Gen 12:7)

Edificamos Altar

Pero cuando el Señor apareció o se le manifestó a Abram, entonces Él edificó un altar.

Creo que no podemos quedarnos solo con el desafío de la Palabra de Dios, con el impacto de un mensaje; necesitamos un altar, un lugar donde entregarle todo a Dios.

Edificar un altar representa tener un lugar de comunión con Su Espíritu.

El altar nos habla de comunión con Dios, un lugar de sacrificio, donde diariamente podamos entregar y sacrificar todo aquello que nos aleja de la comunión con Dios.

Cuando Dios habla nos empodera, pero cuando Dios se manifiesta cambia radicalmente nuestra vida.

Cuando alguien tiene un encuentro con Dios, espontáneamente consagra su vida. Si usted logra encontrarse con Dios y establece una relación con Él, ya no volverá a ser el mismo.

Eso fue lo que sucedió con el apóstol Pablo.

Luego me dijo: “Ponte de pie, porque para esto me he aparecido a tí, para designarte como ministro y testigo de que me has visto y de que en el futuro me verás, (Hch 26:16)

¡Uno no puede relacionarse con El de una manera casual! Una vez que uno toca a Dios, le es imposible seguir viviendo aislado de su presencia.

Cuando el Señor se manifiesta recibimos la corona de justicia.

para que cuando sea manifestado el Príncipe de los pastores, reciban de Él una corona de gloria que no se marchita. (1Pe 5:4)

El Señor se manifiesta y los discípulos apáticos y decepcionados son nuevamente reafirmados.

Después de esto, nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos a la orilla del mar de Tiberias. Y se manifestó de este modo: (Jn 21:1)

Tener un altar encendido en nuestra vida será siempre el mejor lugar para recibir la manifestación de Dios.


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