Los Ungidos De Dios

Durante su ministerio en la tierra nuestro Señor Jesucristo cuando visitaba las ciudades y aldeas, según el evangelio de Mateo, hacía principalmente dos cosas: predicar del Reino y sanar toda dolencia y enfermedad.

Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. (Mat 9:35)

Él mismo dijo que había sido ungido con ese propósito, para eso había bajado a la tierra. Los ungidos de Dios tienen un propósito eterno.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor. (Lc 4:18-19)

Al Señor todas las cosas le salían perfectamente bien porque hacía las cosas para las cuales había sido ungido, Él no hacía nada que no tuviera la unción para la cual había sido llamado.

Por eso Jesús, respondiendo, les decía: En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera. (Jn 5:19)

Jesús nada hacía ni decía por sí mismo, todo lo que realizó lo aprendió del Padre.

Nosotros hemos sido llamados a cosas grandes, a ser cabeza no cola, el propósito de Dios para nosotros es eterno; El Espíritu Santo de Dios se ha derramado sobre nosotros invistiéndonos de ese poder de lo alto.

Primero Debemos Sanar las Heridas

Internamente las heridas del pasado, los fracasos o las adversidades nos han marcado e impiden que avancemos, una especie de enfermedad que no permite alcanzar nuestras metas e impide que fluyamos en esa maravillosa unción.

Primero nuestro Señor necesitó “sanar” a Pedro antes de darle llaves. Jesús definió la identidad de Pedro, le cambió nombre, Simón ahora se llamaría Pedro.

Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. (Mat 16:16-19)

La Transformación

El Señor le llamó Simón, que significa “caña”, una persona que no tiene firmeza, vacilante, fácilmente se quiebra; Pero Pedro estaba siendo investido en ese momento, se le darían las llaves del reino, acceso a dimensiones espirituales, autoridad delegada, pero siendo Simón no lo iba poder realizar, tenía que ser investido de una nueva naturaleza.

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El nombre Pedro, significa ROCA, en otras palabras le estaba diciendo tienes una naturaleza como la mía. Soy hijo de Dios, tú también eres hijo de Dios (ahora somos semejantes a Él).

Quién no sabe quien es, no tiene una identidad definida, piensa que hacer cosas o recibir cosas le da identidad; luchan humanamente por tener identidad. Quien no tiene identidad se compara con otros, imitan, se culpan, envidian, juzgan mal. Sin identidad no se podrá fluir en la unción del Espíritu Santo.

Nuestra identidad es la clave para cumplir con el propósito de Dios. Llega el momento de la verdad, Pedro iba a ser promovido pero antes sería probado.

Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces. (Lc 22:31-34)

Llamado a Cosas Mayores

El apóstol Pedro había sido llamado a cosas grandes, las llaves del reino habían sido entregadas a él, no podía dejarlo así, eso era momentáneo, Jesús había de terminar de formar en Pedro al siervo que utilizaría grandemente. Pedro estaba pasando a ser uno de los ungidos de Dios.

Sin duda alguna Pedro debió haberse sentido terriblemente mal, había negado a su Señor, la palabra que Jesús le había dado se cumplió, lo negó tres veces. La misma sensación de fracaso, impotencia y frustración; nadie quiere pasar por una situación parecida. Pero como “dedicatoria” personal, Jesús especifica que hay que notificarle a Pedro.

Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. (Mar 16:7)

También se cumplió la palabra que declaraba que Pedro volvería y confirmaría a sus hermanos; así como llega la caída también llega el levantamiento del Señor.

Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos.(Juan 21:15)

El Espíritu Santo ha dado a cada uno dones, según Su propósito y voluntad; adquirir una fuerte identidad ha provocado atravesar procesos muchas veces dolorosos y lamentables.

Hoy Jesús nos enviste de esa naturaleza nueva, nos viste de un nuevo hombre, semejante a Él para hacer las cosas para las cuales hemos sidos ungidos con Su Santo Espíritu.


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