El hombre fue creado a semejanza de Dios, compartiendo su naturaleza, o lo que es lo mismo, su modo de pensar, de amar y su manera de actuar; es precisamente después de mencionar la gracia y el amor de Dios que el apóstol Pablo dice:

Por lo tanto, sean imitadores de Dios, como hijos muy amados. (Efe 5:1)

Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos amados. Somos el objeto del amor de Dios. Puesto que existe esta relación paternal y amorosa, ésta debe determinar el modelo de vida que debemos imitar.

Como en la vida el niño normalmente desea ser como su padre, y el padre bueno desea que su hijo crezca en ser como él, así deben ser los hijos de Dios.

Siendo semejantes a Cristo vemos restaurada en nosotros la imagen de Dios, otorgada a nosotros desde el principio, la que lamentablemente se deterioró por el pecado.

Él se hizo lo que nosotros somos para hacernos lo que Él es.

SU DIVINO PODER.

Por el poder de Dios el hombre tiene en sí la capacidad para participar de la naturaleza de Dios; pero esa virtud únicamente se puede hacer realidad en Jesucristo.

Ser participes de la naturaleza divina, como lo dice el apóstol Pedro, es el resultado de “escapar” de la corrupción del mundo debido a la concupiscencia.

“Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de la concupiscencia.” (2Pe 1:3-4)

En Cristo radica el poder divino que no puede ser derrotado ni frustrado por ningún motivo.

Por el poder de la resurrección nos demuestra que nada puede derrotarlo.

“Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él. Es el mismo gran poder con el que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio el derecho de sentarse a su lado en el cielo.” (Efe 1:19-20)

Este es el poder que Dios empleó en nuestra redención, que usa en nuestra preservación y que ha de emplear aún en nuestra glorificación.

A Través de su poder ahora Él está sentado en el trono de Dios. El poder incomparable de Dios está a nuestro alcance para ayudarnos en todo. No hay nada imposible para Él.

SUS DONES.

Él nos otorga todas las cosas necesarias para vivir de acuerdo a su voluntad. En Él tenemos todo lo necesario para vivir conforme a su verdad.

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Todas estas cosas han sido dadas por su gracia, son un regalo, no hicimos nada para merecerlos.

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según Su voluntad.” (1Co 12:11)

SUS MARAVILLOSAS PROMESAS.

Cristo nos ha concedido preciosas y maravillosas promesas. En Él estas promesas se hacen realidad.

“Todas las promesas que ha hecho Dios son «sí» en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos «amén» para la gloria de Dios.” (2Co 1:20, NVI)

Siempre que encontramos en la Biblia una promesa, nosotros podemos confiar que puede aplicarse en nuestra vida.

A veces es difícil esperar el cumplimiento de una promesa de Dios, sobre todo cuando hemos esperado mucho tiempo y no vemos los resultados esperados; sin embargo, Dios está obrando y cumplirá su palabra, no hay que perder la confianza en Dios.

“Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios,” (Rom 4:20)

A SEMEJANZA DE DIOS.

Su poder, sus dones y sus promesas nos permiten participar de su naturaleza divina. Ahora empezamos a caminar y a vivir acorde a la semejanza de Dios. Como lo dice el apóstol Juan en su primera carta.

“Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es.” (1Jn 3:2)

En cada manifestación de Dios en nuestra vida adquirimos más semejanza a Él. Dejando a un lado la vida pecaminosa en la carne y viviendo según el Espíritu de Dios.

Ahora nosotros compartimos la vida de Dios por medio de Cristo y del Espíritu que nos ha sido dado.

“Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.” (Rom 8:9, NVI)

Obteniendo la semejanza de Dios llegamos a ser colaboradores en su obra.

“Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.” (1Co 3:9, LBLA)

Permitamos que su poder, sus dones y sus promesas nos conduzcan diariamente a adquirir su semejanza, su naturaleza divina. Escapando y renunciado a los deseos de la carne, dejándonos guiar en todo momento por el Espíritu de Dios.


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